19/04/13 Por Por
Dr. Juan Antonio Acosta Giraldo
La seguridad biológica ha sido una cuestión muy
controvertida desde el nacimiento de la biotecnología moderna. En este artículo
se describe cómo ha evolucionado el debate sobre este asunto en las tres
últimas décadas, analizando aspectos como percepción ciudadana, tratamiento
legislativo, consideraciones éticas y los últimos desarrollos en este campo.
El objeto esencial de este articulo es la seguridad
biológica y su evolución a lo largo de las tres últimas décadas, que coinciden
con la emergencia el florecimiento de la biotecnología moderna.
Sin embargo, es preciso reseñar que la reocupación por la seguridad biológica
ya estaba presente en la tradicional biotecnología industrial orientada a la
producción de fármacos y a la depuración de aguas, en procesos cuya antigüedad
es superior a un siglo.
REFLEXIONES ACERCA DEL CONCEPTO DE SEGURIDAD BIOLÓGICA
La seguridad, en su acepción mixta que combina la
cualidad o condición de seguro con un carácter instrumental de mecanismo
físico, social o legal que sirve para impedir o limitar los riesgos o las
consecuencias negativas de un accidente, es un concepto ligado a la sociedad
industrial. Por ello se habla de seguridad en la ingeniería, seguridad en la
automoción, seguridad en la construcción de puentes, seguridad en la minería,
seguridad sobre el fuego o seguridad en las instalaciones eléctricas.
El concepto de seguridad biológica es un concepto normativo
que incorpora a la biología como factor productivo y que se proyecta sobre
varios niveles: en el primer nivel debe actuar sobre los actores que
intervienen en la generación de conocimiento; en el segundo incide sobre los
intermediarios que aprovechan ese conocimiento para producir los consiguientes
bienes; en el tercer nivel concierne al público localizado en un determinado
lugar o zona donde ocurre la investigación y/o producción, mientras que el
cuarto nivel tiene que ver con la proyección global.
No obstante, es a finales de la década de 1970 cuando surge
con fuerza el concepto de seguridad biológica, precisamente a partir de los
riesgos que la ensoñación que generaba la ingeniería genética se iban
extendiendo. Incluso la biotecnología industrial
más tradicional se dio cuenta de que, al recurrir a la utilización de
organismos modificados genéticamente (los OMG resultantes de la ingeniería
genética), debía extremar los cuidados en la gestión de los residuos de los
procesos que implican la utilización de organismos transgénicos por
los eventuales peligros que podrían suponer, tanto desde el punto de vista
local para la salud de los trabajadores como para la población restringida a un
entorno determinado o con carácter más universal.
En este contexto conviene mencionar un libro, publicado en
1994 bajo el título Biosafety in Industrial Biotechnology, en el
que se recogía con amplitud la problemática relacionada con la gestión de los
bioprocesos. Es importante resaltar que la preocupación por las aplicaciones de
la ingeniería genética surgió
de la propia comunidad científica, encabezada por Paul Berg, padre de la
técnica del ADN recombinante y premio Nobel de Química en 1980 por tal hallazgo.
Los científicos han actuado a lo largo de la historia con una ética
profesional, derivada de lo que el sociólogo norteamericano Robert K. Merton
analizó en profundidad (el conocido «ethos mertoniano»). Pero
también es verdad que su progresivo contacto con el poder político y económico
ha venido debilitando las barreras éticas en lo que concierne a su
responsabilidad como expertos. En cualquier caso, en el tiempo de la génesis de
la ingeniería genética se
vivieron momentos excepcionales, con importantes movimientos sociales tras la
revolución de mayo del 68 en las universidades de Columbia y París y las
influencias del filósofo Herbert Marcuse con su síntesis
existencialista-marxista.
Los científicos punteros en la biología conducente a la
modernabiotecnología se
autosituaban en posiciones de izquierda, con la que se consideraban tributarios
de la responsabilidad. Por este motivo convocaron en 1975 la conferencia de
Asilomar, un centro de convenciones en la costa del Pacífico, a la que
asistieron científicos, periodistas y algunos responsables políticos. En esta
conferencia se puede situar el nacimiento de la seguridad biológica como
objetivo científico y político, en suma, como objetivo de política científica.
Como resultado de aquella reunión se planteó una moratoria, lo que en un país
como Estados Unidos, creyente fervoroso en la tecnología, llevó a la
movilización de la agencia federal para la promoción de la investigación
biomédica, los Institutos Nacionales de la Salud (NIH), que establecieron las
directrices sobre los requisitos que debían cumplir los laboratorios que
fueran a trabajar con OMG, fijando tres categorías o tipos –P1, P3 y P4– en
función de la peligrosidad del organismo original (patogenicidad, capacidad de
diseminación, impacto ambiental).
Es necesario subrayar que las directrices establecidas por
los NIH para trabajar con los organismos modificados genéticamente en
condiciones de confinamiento han sido adoptadas internacionalmente y las
experiencias de su aplicación se han saldado con éxito en el campo de la
seguridad, pues no se han detectado ni accidentes ni problemas de fuga o
contaminación, a pesar de la cantidad ingente de experimentosrealizados
en centros de investigación públicos y privados a lo largo de los últimos
treinta años.
PERCEPCIÓN DE LOS CONSUMIDORES Y CIUDADANOS
Desde sus inicios, la biotecnología ha
sido objeto de importantes movimientos críticos, particularmente en la década
de los años 90 y en países de Europa Central como Suiza y Alemania.
Los análisis sobre la percepción de la biotecnología que
resulta de los procesos de comunicación y divulgación configuran lo que he dado
en llamar «espacio social de la biotecnología» (para más detalles sobre este
concepto, véase la sección «La biotecnología en el espejo» en la web del
Instituto Roche, institutoroche.com), y representan un valioso indicador de la
sensibilidad social sobre la seguridad biológica.
La biotecnología ha sido desde el advenimiento de la
ingeniería genética o
tecnología de los genes objeto de importantes movimientos críticos, sobre todo
en la década de 1990 y en países de Europa Central como Suiza, con la
intervención de organizaciones como Appell de Basilea, movilizada contra la
«patentabilidad de la vida», según su propio eslogan, o el SAG (Grupo de
Trabajo sobre Tecnología del Gen, con sede en Zurich), organización fundada en
1990 con el objeto de defender los principios ecológicos, los derechos de los
animales, los consumidores y de los países del Tercer Mundo. Este grupo
promovió desde sus inicios una intensa campaña para detener la liberación de
organismos genéticamente modificados en el medio exterior, la introducción de
animales transgénicos–animales
modificados con la tecnología del ADN recombinante y la atribución de patentes
a partes o componentes de seres vivos.
Las actitudes de los científicos (expertos)
Aunque con menor frecuencia, también se han realizado
encuestas con los científicos especialistas en ingeniería genética, sobre todo
en el conflictivo periodo de principios de la década de 1990. Un estudio modelo
es el que llevó a cabo Isaac Rabino, del Centro de Ciencias Biológicas y de la
Salud (Universidad del Estado de Nueva York), quien se propuso explorar las
actitudes y preocupaciones de los científicos de Europa Occidental y que fue
publicado en Biotech Forum Europe (10/92, páginas 636-640).
La mayoría de los encuestados reconocían que la atención
pública sobre el tema había dificultado el desarrollo del campo en términos
generales, aunque en el ámbito de su actividad científico-técnica personal
opinaban que esa atención había reportado más efectos positivos que negativos.
Las respuestas más positivas procedían de Francia y el Reino Unido, mientras
que las más negativas tenían su origen en Alemania y Suiza.
Los ingenieros genéticos, o los biólogos moleculares que
utilizan esa tecnología, mostraban mentes abiertas a la cooperación y
colaboración con el público y aceptaban asimismo que los ecologistas debían
intervenir en la formulación de las regulaciones relativas a la investigación
sobre el ADN recombinante. Sin embargo, reclamaban la responsabilidad última
sobre las regulaciones en su condición de expertos en el campo; deberían ser
consultados en la gestión política del tema tanto a nivel nacional como
internacional. Admitían, por otro lado, que debían asumir un importante
protagonismo en la educación del público, de los medios y de los gobiernos.
Solicitaban clarificación de las directivas de la Comunidad Europea,
designación de la época para la Europa unitaria.
Los científicos españoles, que habían tenido una escasa
representación en el estudio de Rabino (1,3% de una muestra de 376), fueron
objeto de un estudio demoscópico específico en 1995 por parte de José Luis
Luján y Luis Moreno en el antiguo Instituto de Estudios Sociales Avanzados
(IESA) del CSIC. Los resultados confirmaron los obtenidos a nivel europeo: los
científicos españoles se manifestaron a favor de la regulación, rechazaban de
un modo rotundo la eugenesia y opinaban que existían riesgos mínimos para el
medio ambiente y la salud como fruto de la aplicación de las técnicas
biotecnológicas y de la ingeniería genética. Las opiniones de los expertos,
investigadores biotecnólogos del sistema público y biotecnólogos de la
industria, se contrastaron con las de un grupo de profesionales relacionados
con la biotecnología, pero no cultivadores de la misma, como era el de los
facultativos de hospitales, y con otro más alejado, el de los periodistas
científicos. Eran éstos los menos seducidos por las potencialidades de las
tecnologías genéticas, aunque su renuncia era matizada, pues valoraban que el
riesgo de estas prácticas era escaso, en contraste con la ciudadanía común, que
asocia estas técnicas con riesgo, aunque, como ya he señalado anteriormente, en
función de creencias y valores.
Fue en Alemania Occidental donde se produjo la mayor
resistencia. Aunque no se detectó ninguna preocupación popular en ese país en
el histórico momento en el que se celebró la conferencia Asilomar en Estados
Unidos, la resistencia creció de modo notable en la década de 1980 con la
oposición iniciada por grupos de izquierdas y el Partido de los Verdes.
La oposición de Alemania se manifestó también en
instituciones como el Instituto para la Investigación Social de Hamburgo,
financiado por una marca de cigarrillos, la Confederación para la Protección de
la Naturaleza y el Medio Ambiente de Bonn y la Red Genética de Berlín. En el
centro del activismo se encontraban algunos individuos con doctorados en
Ciencias Biológicas, asociados o formando parte de los ecoinstitutos, en
relación además con responsables políticos del área medioambiental de algunosLänder o
Estados federales.
Dinamarca y el Reino Unido también contaron con la oposición
a la tecnología del gen por parte de grupos ambientalista; los discursos no
dejaban de enumerar contradicciones al argumentar su rechazo a productos
agrícolas modificados genéticamente, haciendo referencia a su inutilidad en una
Europa comunitaria donde existía sobreproducción de alimentos.
La actividad política de oposición a la biotecnología empezó
a cambiar y a hacerse multinacional con la asunción del movimiento crítico por
parte de Greenpeace y Amigos de la Tierra, dos organizaciones pro-ambientales
transnacionales, y con la entrada del tema en la agenda del Parlamento Europeo
por medio de los eurodiputados verdes.
En la década de 1990, únicamente los países del sur de
Europa, Francia, Italia y España, carecieron de organizaciones opuestas a
algunas aplicaciones de la biotecnología. Pero con la transformación de un
movimiento casi marginal y de escasos recursos en otro liderado por grandes
organizaciones pro-ambientales, la situación cambiaría en esos países, que
pasaron a tener una oposición a la biotecnología con el motivo central de
invocación a la bioseguridad y
a la no patentabilidad, de carácter transnacional, si exceptuamos Francia, en
donde surgió la figura de un cabecilla, el agricultor José Bové, como líder del
movimiento antibiotecnología.
En este contexto, no es sorprendente que la Comisión Europea
decidiera poner en marcha consultas para conocer las percepciones y actitudes
de la ciudadanía sobre estos temas, por otra parte cruciales para tomar
decisiones políticas, ya que, entre tanto, Estados Unidos ha caminado con
rapidez por la senda de la biotecnología por la que apostaban la comunidad
científica, el mundo de la empresa y el capital, y además sin grandes
resistencias de la sociedad en general.
Bien es verdad que Estados Unidos no se libró de una
confrontación sobre el tema, principalmente en el terreno de la alimentación.
Por citar un caso relevante, el presidente de la Fundación sobre Tendencias
Económicas (Foundation on Economic Trends, Washington), Jeremy Rifkin,
publicaba en enero de 1993 un artículo en colaboración con Ted Howard, director
de la Fundación Campaña para una Alimentación Sana (Pure Food Campaign) bajo el
impactante título de «Los consumidores rechazan los alimentos
Frankenstein» (Consumers reject “frankenfoods”).
Es relevante hacer notar que el artículo se publicó en la
revistaChemistry and Industry (Química e Industria). Rifkin ha
encabezado el movimiento antibiotecnología (especialmente en el ámbito
agroalimentario) durante una década y consiguió en los primeros años de la
misma generar una reacción bastante importante, hasta el extremo de que algunas
encuestas, pocas pero relevantes, realizadas en Estados Unidos, registraron
resultados bastantes significativos de rechazo a la aplicación biotecnológica
en agroalimentación, sobre todo en relación con la transferencia de genes (el
70% de los encuestados consideraba inaceptable la introducción de genes de
animales en plantas y casi el 90% consideraba inaceptable la incorporación de
genes humanos en animales y peces de granja, mientras que cerca del 85% admitía
que era «muy importante» etiquetar todos los alimentos resultantes de la
ingeniería genética).
La evolución en Estados Unidos no ha seguido estos
derroteros a pesar del pesimismo que todas estas reacciones y posiciones
generaron en proponentes de la biotecnología como Henry Miller, biólogo molecular
y funcionario en la FDA, quien ha culpado a los científicos de haber
desencadenado las alarmas e invocado a los monstruos. Aunque sigue existiendo
un debate entre la agricultura biotecnológica y la agricultura ecológica, éste
está centrado y delimitado por los intereses económicos, y hasta el propio
Rifkin ha modulado su actitud ante la biotecnología.
Pero volvamos a Europa, donde la situación es diferente.
Desde 1978 hasta prácticamente la actualidad, con una periodicidad trianual
como máximo, los eurobarómetros han auscultado a la ciudadanía europea en los
seis países de los inicios de la CE hasta extenderlos a veinticuatro en la
consulta más reciente.
Los resultados no son blancos ni negros. Hay gradientes en
la escala, que va del rechazo a la aceptación en todos los niveles: el
biológico, el de las aplicaciones y el de los países. La aceptación de
contradicción por los riesgos personales que puede entrañar la condena por la
herencia), o la terapia génica, que también arrastra riesgos, demostrables con datos
y que son mucho mayores y evidentes que en el caso de los alimentos modificados
genéticamente. En el caso de Europa existe una gran heterogeneidad, con países
altamente receptivos a las aplicaciones de la biotecnología, como es el caso de
España, Finlandia y Portugal, y países muy negativos, como Austria y
Luxemburgo, a los que se ha unido recientemente Grecia (una nueva paradoja la
ofrecida por este país, que ha transitado desde la posición muy favorable hasta
la muy ne gativa). Existe una mayoría de países europeos con posiciones
intermedias, aunque con matices según las aplicaciones.
Entre las más rechazadas, además de los alimentos
modificados otransgénicos,
figuran los xenotransplantes y la clonación de animales.
El diagnóstico de la percepción social ante la biotecnología
en Europa guarda una estrecha relación con el concepto de seguridad biológica y
se caracteriza por estar inspirado por valores, creencias e intereses, aunque
la característica global más evidente es la ambigüedad. En cualquier caso, el
discurso de la oposición, esencialmente ecologista, ante los alimentos transgénicos ha
estado salpicado por metáforas relacionadas con la monstruosidad, como es el
caso de un número crítico de The Ecologist que hacía
referencia a «las semillas del diablo» o la ya mencionada alusión a los alimentos
Frankenstein.
En los últimos tiempos se han producido nuevas aplicaciones
en salud, como es el caso de las células madre o troncales de origen
embrionario, lo que, unido a la identificación de posibles riesgos asociados a
su uso, levanta nuevas dudas y promueve debates en el sector de aplicación que
había generado hasta ahora menos controversia. En todo caso, las preocupaciones
por estas aplicaciones biotecnológicas en salud descansan más en
consideraciones éticas que en una preocupación estricta por el problema de la
seguridad, aunque este problema esté subyaciendo en la preocupación por esas
aplicaciones.
Para un análisis más completo de las cuestiones relacionadas
con la percepción pública en biotecnología, véase «Los problemas en el análisis
de la percepción pública de la biotecnología: Europa y sus contradicciones», de
Emilio Muñoz, en Percepción social de la ciencia(Rubia, Fuentes y
Casado eds., UNED Ediciones, 2004).
LEGISLACIÓN
Las distintas regulaciones legislativas sobre seguridad
biológica son un reflejo directo de las peculiaridades culturales y de los
intereses asociados a ellas.
En el ámbito legislativo confluyen las preocupaciones por la
seguridad biológica de los espacios científico, social y político. Con el
acuerdo en principio, según se ha puesto de manifiesto, de los científicos y
expertos, los administradores y gestores se han lanzado a legislar con
profusión sobre las cuestiones relacionadas con las aplicaciones
biotecnológicas.
Los procesos regulatorios han tenido lugar en diferentes
planos políticos, desde el nivel supranacional hasta el regional, aunque los de
mayor relevancia han sido los supranacionales (Naciones Unidas, UNESCO,
Parlamento y Comisión Europea), mientras que los nacionales han abarcado una
gran variedad de temas, aunque el mayor foco se ha proyectado sobre cuestiones
relacionadas con la transferencia de conocimientos y la propiedad intelectual,
así como en los temas relativos a la seguridad: alimentaria, farmacológica,
ambiental, derechos fundamentales.
En general, cabe decir que las regulaciones de carácter más
general son un reflejo de las peculiaridades culturales y de los intereses
asociados a ellas. En este sentido, hay que apuntar que las leyes y normas
establecidas por la Unión Europea han afectado de modo principal a la
agricultura, a los alimentos y a la propiedad intelectual (es el caso de las
patentes biotecnológicas, que han arrastrado un debate extenso y complicado de
más de una década). La OCDE, por su parte, ha localizado sus preocupaciones
normativas en el campo de la salud y ha puesto particular acento en las
cuestiones relacionadas con el diagnóstico genético.
En Estados Unidos, son los campos de la salud y de la
protección medioambiental los que han acumulado las iniciativas legislativas.
En las actuaciones de los grandes organismos multilaterales,
las normas han circulado alrededor de los derechos fundamentales, conectando de
este modo con planteamientos éticos.
ÉTICA Y VALORES
Las dimensiones éticas y valorativas constituyen otra
avenida por la que fluyen, y confluyen, las preocupaciones por la seguridad
biológica de los espacios científico-técnico, social y político, en los que
juegan además las barreras naturales y artificiales de las creencias.
A pesar de esta confluencia, es importante señalar que hay
bifurcaciones en la estrategia y forma de abordar el problema según el sector
en que se apliquen las tecnologías de las ciencias de la vida. De esta forma,
las aproximaciones éticas a las implicaciones de la moderna biotecnología en la
salud han circulado sobre la base de señales apoyadas en las creencias y en la
responsabilidad, centrando los principales problemas en cuestiones relacionadas
con las tecnologías reproductivas, en la situación de los embriones, en la
necesidad de aumentar la participación (gobernanza) ciudadana en la práctica
médica y en los nuevos avances de la biomedicina, con mayor o menor potencial
para su aplicación traslacional, en lo que he llamado, en una contribución
reciente al Foro de Tendencias Sociales, «rediseño de la vida». En este ámbito
ha nacido y crecido especialmente la bioética, que fue introducida a principios
de la década de 1970 por el oncólogo Van Ressenlaer Potter con su artículo «Bioethics:
the
Science of Survival», aparecido en 1970, y con el
libro Bioethics: Bridge to the Future en 1971, que se ha
movido en los análisis y la reflexión por el camino de la ética principialista.
Diferente es la situación para el caso de las aplicaciones
biotecnológicas a la agricultura y al sector alimentario, que también han
tenido consideraciones éticas, aunque éstas se han movido para sus análisis
dentro de las comparaciones de costes y beneficios en línea con corrientes
luditas, o consecuencialistas (utilitaristas). El documento «Ethical Aspects
of the Labelling of Foods Derived from Modern Biotechnology», de 5 de mayo
de 1995, que recogía la opinión del Grupo de Asesores sobre Implicaciones
Éticas de la Biotecnología de la Comisión Europea, es bastante ilustrativo al
respecto.
Parece claro que la política ha jugado un papel decisivo
en el reconocimiento y en la puesta en práctica y desarrollo de la seguridad
biológica
ALGUNAS CONSIDERACIONES PARA CONCLUIR
En el tema de la seguridad biológica, parece claro que hay
que admitir el papel decisivo que ha jugado la política en su reconocimiento y
en su puesta en práctica y desarrollo. Es cierto que los propios científicos,
en el ejercicio de un cierto autocontrol, fueron los que primero advirtieron de
los riesgos potenciales de una tecnología que surgía con el aura de ser
todopoderosa. Ello ha llevado a que otros expertos, a la vista de las
importantes reacciones sociales y políticas generales, hayan criticado a los
colegas científicos que hicieron la reflexión previsora por un exceso de
alarmismo. En cualquier caso, las cuestiones de la seguridad biológica
relacionadas con la emergencia de las nuevas (modernas) biotecnologías pueden
vanagloriarse de tener el menor número de víctimas o problemas sobre sus
espaldas. Paradójicamente, los problemas y las víctimas, aunque bastante
escasas, han estado del lado de aquellas aplicaciones que son mejor aceptadas
por la sociedad, como es el caso de la terapia génica.
Sin embargo, esta satisfactoria situación se ha visto perturbada
con la llegada, no de una tecnología, sino de una discutible decisión de
política científica. Tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001
en Estados Unidos, la Administración Bush lanzó un programa de investigación
sobre bioterrorismo (Bioterror Research Program), que ha conducido a una
proliferación de trabajos sobre organismos potencialmente peligrosos.
Paralelamente, estas iniciativas han provocado un aumento en la construcción de laboratorios de
alta seguridad, niveles P3 y P4 según las directrices de los NIH mencionadas
ante riormente. A pesar de estas lógicas medidas de previsión, la acumulación
de trabajos sobre temas que entrañan riesgos ha generado una avalancha de
errores en la seguridad, sobre todo en la Universidad de Texas –aunque no
sólo–, lo que ha hecho que la cuestión de la seguridad biológica (biosafety)
haya sido incorporada en la agenda del Congreso de Estados Unidos (the
scientist.com, october 2007). Este caso pone de relieve, una vez más, la
importancia de las decisiones políticas en temas de impacto social. Esta
reflexión me lleva a hacer un acápite para referirme a dos ámbitos, aunque
distintos, de la seguridad biológica, puesto que son ámbitos en los que se
pierden vidas de un modo absolutamente sobrecogedor, como son el ámbito laboral
y el de la circulación rodada, sobre los que la indiferencia –por utilizar un
término suave– de la ciudadanía es impresionante.
En todo caso, la reflexión sobre la seguridad biológica
relacionada con las ciencias de la vida y sus desarrollos tecnológicos ha
tenido como un activo más la capacidad de generar preocupaciones nuevas por la
seguridad, como es el caso de la seguridad alimentaria.
Sin embargo, no han dejado de crearse confusiones en el
ámbito político, como las derivadas de la aplicación, esencialmente europea,
del principio de precaución. Se trata
de un principio político que tiene un acomodo o ajuste difícil con respecto a
la ciencia y al método científico. Al extremar las preocupaciones se llega a no
permitir la experimentación, que constituye un instrumento básico para la
generación y contraste del conocimiento científico.
Parecería más lógico aplicar principios de previsión y
prevención que son más acordes con la racionalidad científica y con su lógica.
De este modo se podría establecer un balance entre lo bueno y lo malo de la
moderna biotecnología. Le tenemos miedo a lo desconocido.EcoPortal.net
Dr. Juan Antonio Acosta Giraldo
Director General
GRUPO Consultor DISAM
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